9/08/2013

Todo acaba

Es así. Todo vence. Todo termina y ya. Tarde o temprano, queramos o no. Si no fue hoy, puede ser mañana mismo, dentro de seis minutos, cinco meses o 18 años. Pero es así. Una realidad absoluta e inevitable. Y aún con esto, uno tiende a aferrarse tanto a una historia, a un objeto, a un momento, sentimiento, circunstancias, que ya pasaron, que ya no están, pero que agonizan en la memoria de nuestro apego. Por ahí bien dicen, no hay peor ciego que el que no quiere ver, dicho esto va directamente a la vena, porque comienzan a punzarte recuerdos, momentos pasados y quién sabe, si hasta tu presente dicta ceguedad. Creo que el apego a lo que queremos ver es lo que termina por aniquilar, no hay culpa afuera, no hay culpa en aquella persona, ni en aquellos recuerdos, ni en aquellos lugares, ni en aquellos momentos que se han ido, porque es así, ya se han ido, el tiempo y la indiferencia de un nuevo presente se los ha fumado Sin embargo, lo que queda son nuestras palmas cubriendo nuestros ojos, luego tapando nuestros oídos y los dientes mordiendo nuestra lengua. Y aquello cava tan profundo, y tal vez nos sentimos tan bien allí, ciegos, sordos y mudos, que pasamos días, meses quizás hasta años aferrados a ello, como en el abrazo de un niño a su madre al despedirse para ir a la escuela, sin estar muy convencido de soltarse alguna vez, porque teme enfrentarse frente a algo desconocido, más así yace en tranquilidad y bienestar entre los cálidos brazos de su madre. Es así. Quizás en este preciso instante estés hurgueteando en las más extraviadas memorias para encontrarle un sentido a esto que va escribiéndose en tu mente a medida que lo lees. Quizás seas tú quien está abrazando a su madre sin querer soltarla por miedo a eso que está a tus espaldas y que para ti significa lo desconocido. Quizás seas tú quien ha dormido años con la almohada sobre la cara por desistirse a despertar y ver la luz del día. Quizás has caminado tanto tiempo creyendo que vas en línea recta, ignorando que vas en círculo, y es así como el tic tac del reloj va debilitándose, sabes que todo termina e incluso la pila que mantiene funcionando aquel reloj que, al mirarte al espejo, te hace recordar que el ayer ya es tarde, y no hay nada más que hoy y el mañana sólo existe si tienes suerte. Si bien es cierto por estos días he visto un poco más allá de mi actuar, de mis pensamientos, emociones, deseos y creo que he comprendido un poco más que apegos hay en todas partes. El temer a la pérdida, porque sencillamente no volverás a ver a esa persona que te hará ver lo mejor de ti, el temer a atreverse porque es más fácil y económico la zona de confort y así un sin fin de ejemplares que muestran la idiotez del actuar de uno. Y es así como le damos la espalda a una realidad que está en frente de nuestros ojos, una realidad que puede ser útil siempre y cuando uno lo quiera, para aprender de sí mismos, una realidad que abre puertas hacia otros lugares por los que tal vez no transitaremos dos veces y que se debe disfrutar el viaje a como de lugar, es la única manera de vivir un instante que se reescribe en su máxima particularidad porque cada momento es único. Independiente que la situación sea la misma, las personas, el paisaje, la música, las palabras, ya el sentir no va a ser el mismo, la mente está en constante e incesante movimiento lo que continúa abrir ventanas o cavar más a fondo, de cualquier manera, uno ya no es quien fue ayer ni mañana será el de hoy. Un apego es un mecanismo de ceguera de todos nuestros sentidos, utilizado para yacer en aquella zona de confort y así mas no ver que sólo es ilusión, que sólo es una cadena protectora hacia algo que jamás nos atacará porque no hay nada allí. Sólo es tu mente. Sólo es el idiota hábito de no soltar, por ser reacios al cambio, por encadenarnos a sí mismos a lo que queremos ver sin hacer el más mínimo esfuerzo por tantear la realidad y entonces verla como tal. Pero debajo de estar conciente de toda esta maldita mugre, sé muy bien que aunque a veces lo olvido, todo acabará, todo vence, nada es para siempre, ni este lápiz, ni estas palabras, ni la canción melacólica que escucho en este rato, ni este preciso segundo que ya terminó. Más vale vivir, disfrutar del aprender, enfrentarse, conocer, llorar, reír, abrazar, decir un adiós al oído, mirar desde lejos, pero estar cuerpo y alma en ese instante y hacer todo lo que se siente y no dejar nada preso allí dentro. No pensar más de la cuenta al actuar, muchas veces eso implica que la mente te traicione y seas tu propio enemigo, vivas temeroso y encerrado en ti. Vivas en tu cuatro paredes llamadas temor. Esa es la clave, el apego es consecuencia del temor, por temor no aceptas, por temor no quieres ver, por temor no quieres hablar, ni oír, ni sentir y te aferras a una ilusión, a una zona de confort ignorando tanto mas que está del otro lado. Enfrenta. Observa con atención, escúchate, actúa, habla, calla, siente y aprende de todo aquello, y por sobre todo, siempre tener presente que todo acaba.