
Ese aroma, que me intoxica, de tu seducción. Me eleva tan alto y me deja por unas largas horas atada a tu embrujo. Luego me tomas sin piedad, y me azotas sin pensar en el dolor que me produces cuando tus ojos no se fijan en mí, cuando evitas mirarme. Ahí me golpeas tan bruto, es tan hiriente que mi fustración me ahoga, pues ahí comprendo que no ves en mí, lo que yo veo en ti.
Cómo duele, esto de buscar la luz de tus ojos entre las nubes, que me confunden ocultandome el sol.
Me inyectaste con el veneno, que poco a poco me consume, y el que recorre mis venas clamando tu nombre, es como supieran que de ti viene ese alivio, que me tranquiliza cuando estás cerca. Con el tiempo he notado que lo necesito en todo momento, buscarte es como mi hábito de no hacerlo, sentiría un vacío.
Hace unas noches soñaba, confundida en la llama de tus labios, que de tan ardientes, temo, pero de tan provocadores, me arriesgaría.
Veo tu rostro, y me digo a mí misma...cómo quisiera amanecer con la luz de tu mirar, en mi ventana.
Qué no daría por comer de tu boca, saciar mi hambre cada vez que me alimente de ellos.
Acariciarme con la suavidad tan dócil de tu piel, embriagarme de sensualidad en ti. Tus manos que me encadenen en deleites y no me dejen salir.
Tu voz que sea el sonido del oleaje salvaje y relajante del mar. Huir por tu cuello, recorrerlo una y otra vez, tan constante como el vaivén del reloj.
- Ya ves, mi droga, sos vos.
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