Lánguidas ganas de continuar recorriendo un caudal lleno de espinas,
agotados mis ojos revestidos con la espesa y abrupta luz que ya poco
ilumina.
Poco sentido tiene el seguir descubriendo las formas al
tacto y con los ojos cubiertos, son formas que tiñen aquel túnel más
bien escuálido.
Gastadas las suelas, los pasos, que turban el tiempo y la distancia. Aquello desvanece.
El reloj se detuvo, sigue oscilando agonizante aquella manecilla del minutero, sin continuar, sin retroceder.
Tal vez esperando morir, tal vez morir sea imprescindible para que aflore la proximidad de un nuevo camino a seguir.
El
frío ha arruinado las hojas del otoño que un día adornaron coloridos
los árboles, y en ellas destilaba la lluvia por aquellas tardes desde
marzo.
Es así la danza de la naturaleza, el constante cambio, la
constante transformación, el movimiento incesante…de lo contrario, todo
se estanca, se detiene el curso, y así no hay manera de crecer.
Ahora
ha de llegar la siguiente parada, no sin antes haberse concluido este
actual capítulo, y así continuar uno nuevo en la hoja en blanco a la
vuelta de la página, siendo esta la esencia misma del transcurso de la
vida.
No he de conocer el destino del siguiente viaje, mucho menos
lo que este ha de deparar, más aquí estoy transitando en el camino
hasta aquel paradero.
Tal como una hoja temblorosa y a
medio desprender, que la agita sin cesar el viento hasta que, sin más
apegos al árbol, se echa por fin a volar.
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